Hoy empezaremos la ruta por las tierras de la Cerdanya, y que nos llevará por lo que se considera la
Catalunya Vella.
En las cercanías del ancho y verde valle de la Cerdanya, dividido entre España y Francia, y perteneciente a las provincias de Lleida y Girona, los caballeros templarios anduvieron sin grandes alegrías. Alrededor de la villa de Puigcerdà tenían sus propiedades, que pertenecían a la encomienda de Puig-Reig.
Esta zona fue una encrucijada de caminos desde que por la
strata ceretana decidiera pasar Aníbal con su ejército cuando iban dirección a Roma.
Hacia 1282 la Orden del Temple poseía varias casas, junto al portal d'Ix; o la iglesia de San Bartomeu, ya desaparecida, que pertenecía a la orden templaria y en cuyo interior se veneró la figura de un santo templario un tal Durand. De aquellos tiempos medievales quedan los restos de la
Torre de Santa María, en la plaza del ayuntamiento, desde donde se tiene una vista magnífica del valle y de la sierra del Cadí.
El nombre de Puigcerdà viene según se dice de la unión de dos familias, los Puig y los Cerdà, que decidieron unir en matrimonio a sus correspondientes hijos que decidieron fijar su residencia en la cima de una colina (puig) y que a partir de ese momento pasaría a llamarse Puigcerdà. Otra versión nos cuenta que los que le dieron el nombre fueron dos pastores, uno Puig y otro Cerda, que se dedicaban a llevar sus rebaños a los pastos de la cima donde se levanta la ciudad, y que al unirse (los rebaños, para aumentar el negocio, no penséis mal!) dieron a la villa su actual nombre. Ahora que tenéis las dos versiones, escoged la que más os guste.
 |
Fotografía de: María Rosa Ferre
|
Puigcerdà se encuentra en un lugar estratégico y suficientemente extenso como para acoger a una gran número de almas, tal vez por eso Alfonso I el Casto decidió que fuera un núcleo fuerte de la frontera, en detrimento de otros puntos de la zona. Así que para potenciar su asentamiento, le concedió la capitalidad de la Cerdanya y, con ella, los numerosos privilegios a los que la poblaron y la fortalecieron de tal manera, que a mediados del siglo XIV se convirtió en la quinta o sexta población de Catalunya en número de habitantes. Así, siglo tras siglo la villa representaba para el Pirineo occidental catalán lo que Perpinyà suponía para el litoral. Aparecieron las cofradías y los gremios, y se asentó una importante comunidad judía, al mismo tiempo que numerosas órdenes religiosas que construyeron grandes conventos dominicos, franciscanos, clarisas.