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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Está realmente Voltaire en el Pantheón de Francia, o lo podemos encontrar en otros lugares...




El 4 de abril de 1791 la Asamblea Nacional había decidido que el Panteón debía acoger los restos o cenizas de los grandes hombres de Francia.

Uno de ellos era François-Marie Arouet, más conocido por todos como Voltaire que sería trasladado al Panteón de los Hombres ilustres de Francia.

Lo decidieron tan sólo 13 años despues de su muerte, ya que falleció el 30 de mayo del 1778. Tardaron un poco en tomar la decisión que finalmente se produjo el 11 de julio de 1791.

Pero no creáis que Voltaire se encuentra enterito en el Panteón, reposando para toda la eternidad… no, Voltaire se encuentra repartido por París, el corazón por un lado, el cerebro por otro, un pie fue robado, dos dientes extraidos como recuerdo… si queréis saber que pasó seguid leyendo…

El personaje 


François-Marie Arouet, tenía un ingenio cortante, una pluma imparable y una moralidad muy grande, tanta que no le importaba ser la nota discordante de la partitura, es por ello que acumuló muchos enemigos a lo largo de sus 84 años de vida.

Era un abierto defensor de las libertades civiles, y casi siempre enfrentado a la corona francesa, los poderosos lo odiaban mientras que los pobres, los oprimidos y los filósofos lo admiraban.

A lo largo de su vida se exilió varias veces fuera de Francia, sólo después de casi 50 años y tras un cambio político se le permitió regresar, lo malo es que el día después de su llegada, murió.
Lo precipitado de su fallecimiento, le impidió recibir los últimos sacramentos, pues el sacerdote al que se llamó para ello no llegó a tiempo. Sus familiares y admiradores decidieron que era mucho mejor mantener en silencio el deceso, sobre todo porque las autoridades eclesiásticas le tenían aún bastante rencor.

Y no sólo eran rencorosos con él los obispos y capellanes, sino que las autoridades de turno también le tenían cierta inquina, sobre todo cuando decidían prohibir sus escritos, y al hacerlo, lo que conseguían era aumentar proporcionalmente su influencia entre el pueblo. 



Château de Ferney         
A pesar de sus pensamientos y arengas anticlericales, Voltaire, quería que le dieran cristiana sepultura, no fuera el caso que se pasara la eternidad vagando como alma en pena.

Pero el obispo de París se oponía a que acabara enterrado en un camposanto, así que los sobrinos de Voltaire, monsieur D’Hornoy y el Abad Mignot, decidieron cumplir sus últimas voluntades.

Pero para que no saltase la noticia, y evitar que la iglesia se anticipase prohibiendo el entierro en Ferney, donde el filósofo quería ser enterrado, decidieron vestir al muerto, subirlo a un carruaje y sentarlo entre almohadones para su traslado a su nuevo lugar de residencia.

Querían hacer creer a cualquiera que los viese, que su querido tío se iba de nuevo del país, no que se dirigía hacia Scellièrs, en la Champagne, donde el Abad Mignot tenía jurisdicción para poder ser enterrado.

Al final lo sepultaron sin mucho boato dentro de la iglesia local. Ya llevaban unas cuantas misas cuando desde París llegó la orden de prohibir el entierro, “es tarde ya, está enterrado bajo cal…” se le ocurrió decir al sobrino así que sólo pudieron prohibir que se hicieran más misas en su memoria o se levantase cualquier monumento.

Pero Voltaire no fue enterrado completo, durante la autopsia que se realizó la noche del 30 al 31 de mayo hubo quien se quedó con algunas partes de recuerdo.
¿Donde estás corazón?

El corazón de Voltaire fue extraído a petición de su amigo el Marqués de Villette, que sabiendo que al filósofo le encantaba el Castillo de Ferney, donde había vivido casi durante 20 años, decidió comprar el edificio para exponer allí el corazón de su amigo.

Y así fue, la antigua habitación que habia acogido a Voltaire vivo, acabó acogiendo a su corazón durante casi un siglo. El corazón se encontraba sobre una columna, en mitad del dormitorio de Voltaire.





Los arduos tiempos que le tocaron vivir al ex marqués no eran para extravagancias inmobiliarias y el entonces ciudadano Villette, apremiado por los vaivenes económicos, tuvo que alquilar la propiedad, con el corazón incluido, a un caballero inglés. Criticado duramente por rentar el músculo cardíaco del filósofo, Villette decidió llevárselo a su casa de París.

Muerto el marqués, su esposa, ferviente admiradora de Voltaire, conservó el corazón del pensador en su palacio. La precaria inmunidad que le otorgaba esta reliquia, la usaba, paradójicamente, para proteger a sacerdotes que huían de los excesos revolucionarios.

Cuando a la ex marquesa le llegó su día, el corazón pasó en herencia a su hijo, oportunamente llamado Voltaire Villette. Pensando que esta herencia debía encontrar una residencia fija donde todo el mundo pudiese apreciar el corazón del gran pensador, ofreció la reliquia a la Academia Francia, pero esta declinó el ofrecimiento (al igual que había hecho con el cerebro). 


Curiosamente los ingleses se interesaron en el corazón de Voltaire y ofrecieron pagar una suma interesante pero para los franceses que el corazón del filósofo acabase en manos de la pérfida Albión era un sacrilegio.

Así que Voltaire Villette decidió que al no tener descendencia que se hiciera cargo de tan insigne reliquia decidió legarlo al obispo de Moulins. El pobre hombre escandalizado se lo quitó de encima legándolo en vida al gobierno francés.

Después de largos trámites judiciales, en 1864, Napoleón III decidió que traer el corazón del filósofo a París y colocarlo en la Biblioteca Nacional sería una magnífica idea. Para ello encargó al escultor Houdon que hiciera una estatua de yeso donde alojar el relicario de plata que contenía el corazón, aún está allí.

En Febrero de 1920, Monsieur Bérard para comprobar que el corazón de Voltaire se encontraba dentro del relicario en la Biblioteca Nacional no dudó en tomar una instantánea del acto.




¿Y el cerebro del pensador donde se encuentra?

Sí su amigo quiso preservar su corazón, Monsieur Mithouart, el boticario responsable de su autopsia y embalsamamiento, decidió que en su farmacia quedaría muy bien el cerebro del filósofo, en un botecito de cristal para que su clientela pudiera admirarlo, o más bien como reclamo publicitario.

Tras la muerte del boticario el cerebro de Voltaire, pasó a manos de su hija Virginia en herencia, que en varias oportunidades intentó donarlo a los gobiernos de turno sin que estos lo quisiesen.

En 1858 Virgina le pasó la reliquia a su prima madame Monard, que en 1924 lo entregó a la Comedie Française, testigo de los éxitos del escritor. Se decidió colocar el cerebro bajo la estatua de mármol de Houdon que muestra al filósofo cómodamente sentado.




Voltaire regresa a París, bueno más bien lo que queda de él…

Pasaron los años y su nombre siguió creciendo entre el pueblo francés, fue entonces cuando su viejo amigo el marqués de Villette, (el mismo que compró el castillo y tuvo el corazón en la habitación) y que ahora, gracias a la Revolución era el “Ciudadano Villette” escribió un artículo en el periódico La Chronique, donde instaba que los restos de Voltaire debían recibir un entierro digno al considerarlo uno de los padres ideológicos de la Revolución. ¿Y que mejor lugar para acogerlo que el Panteón, el santuario de los mártires liberales?

Los parisinos aceptaron gustosos la idea, pero no todos compartían el mismo criterio, pues la comuna de Romilly Sur Seine, donde estaba enterrado, y la Sociedad de Amigos de la Constitución de Troyes, querían quedarse con lo que quedaba del pensador.

En Mayo de 1791, se reunieron el Scellières todos para decidir que se hacia con los restos de Voltaire, los de Romilly y los de Troyes casi acabaron a golpes en las discusiones que tenían, suerte que los miembros de la Asamblea Constituyente Nacional llegaron de improviso para ser árbitros de la disputa.

Monsieur Leblanc, tras calmar los ánimos, leyó un acta donde se decía que Voltaire pertenecía al Estado Francés y que dejasen de pelearse que sería el estado el que decidiría.
Los disputantes se resignaron, pero no se rindieron, los habitantes de Troyes solicitaron quedarse con el cráneo, los de Romilly, un pueblo más humilde pidieron el brazo izquierdo. La respuesta fue negativa, el esqueleto enterito es del Estado Francés y por tanto no se va a repartir… pero alguien fue más listo, y entre tanta discusión un tal Mandonnet de Troyes se agenció con el tarso de Voltaire.

La discusión seguía agriamente, pero se pusieron de acuerdo en trasladar el esqueleto al pueblo más cercano, y conseguir un féretro más digno de Voltaire. Mientras iban de camino al pueblo, la rapiña continuaba, ahora los de Troyes se conformaban tan sólo con el pie izquierdo y lo cogieron.

A Voltaire le quedaban tan sólo seis dientes en su boca, pero dos de ellos desaparecieron por arte de magia. Uno de ellos fue a parar a manos de monsieur Charón, que era el encargado de transportar al filósofo y el otro lo tenía el periodista Jean Lemaître, se lo dieron como soborno para que no contara nada de situación tan bizarra.

Lemaître usó el diente como amuleto, y se lo legó a su sobrino que precisamente era dentista…

Así que los restos que quedaban de Voltaire comenzaron su regreso a París, para ello el pintor David montó un enorme catafalco con ruedas de bronce tirado por doce caballos negros, y colocó un cartel en el que se leía “Si el hombre nace libre debe gobernar y si sufre a los tiranos los debe destronar”.

La noche previa a su traslado definitivo al Panteón, su féretro descansó frente a lo que quedaba de la Bastilla, donde años antes había estado prisionero y donde en 1717 cambió su nombre Arouet por el de Voltaire.


No fueron muchos los presentes en el Panteón, entre los que estaban se encontraban Descartes y Mirabeau. 

Así que a la entrada del Panteón se encuentra “oficialmente” enterrado Voltaire, cerquita de su archienemigo Rousseau. 


Pero lo que quedaba de los restos de los huesos del pensador tampoco pudieron gozar de una paz eterna, pues reinstalada la monarquía el Panteón dejo de serlo para convertirse en Santa Genoveva, de nuevo una iglesia donde los curas se resistían a seguir dando misa mientras “estos dos miserables ateos” (se referían a Voltaire y a Rousseau) continuasen habitando las criptas de la iglesia. 

Luís XVIII, el nuevo Borbón que regresaba al trono, les soltó: "¡dejadlo en paz, está lo suficientemente castigado por tener que escuchar misa todos los días.!” Al final los féretros fueron transportados a una galería lejana, para que los feligreses no contemplasen a estos revolucionarios impíos.

En 1830, los cambios políticos de nuevo hicieron que los cuerpos de los dos revolucionarios regresaran a la cripta y Santa Genoveva se convirtiera de nuevo el Panteón de los hombres ilustres de Francia.