Que decir del Mont Saint Michel, un lugar que apasiona a muchos y del que reniegan otros. Unos lo consideran un lugar de peregrinaje, otros una atracción turística como cualquier otra, pero la verdad es que hasta que no estás allí, bueno en realidad hasta que no lo ves a lo lejos, cuando vas por la carretera que te lleva hacia el parking y lo distingues entre las brumas de la niebla no te sientes imbuido de una atmósfera especial.
Nosotros decidimos ir para ver la subida de la marea. Así que después de la visita a Fougères cogimos la carretera hacia el norte, al monte Saint Michel. No teníamos muy claro el día que nos haría, pues ya se sabe que en Bretaña el tiempo puede empezar nubladísimo, escampar y salir el sol, y luego caer un chaparrón de la nada.
Llegamos pasado el mediodía, en la página para saber las mareas te recomiendan estar dos horas antes de cuando la marea está baja o alta. En nuestro caso la marea estaría alta sobre las siete y media de la tarde, con una altura de 12,70 m, así que sobre las cinco, o cinco y media empezaría el espectáculo de la subida de la misma. Disponíamos de unas cuatro horas para visitar el monte y la abadía.
Antes se podía aparcar a los pies del monte, pero ahora las cosas han cambiado, están haciendo todo lo posible para que el MSM quede totalmente aislado por el agua cuando sube la marea, tal y como ocurría en el pasado, es por ello que los parkings están alejados, son de pago (preparar la cartera!) y hay unas navettes que te llevan al monte totalmente gratuitas (bueno ya las has pagado con lo que pagas de parking, creedme.) el problema es que hay varias paradas y se suelen llenar, aunque cada cinco diez minutos hay una.
En el pasado algunas tribus celtas ocuparon el bosque de Scissy, en los alrededores del monte Saint-Michel, acercándose a él para entregarse a sus cultos druídicos, encontrándose ya en el lugar un gran megalito, fiel reflejo de que esta zona ha sido considerado un lugar mágico desde hace miles de años. Hacía el siglo IV, al pie del peñasco se construyó un oratorio de estilo merovingio en honor de San Sinforiano.
La historia del Monte Saint Michel tiene unos orígenes casi sobrenaturales, como la de muchos otros lugares de peregrinaje, y se remonta al año 708, cuando Aubert, obispo de Avranches, mandó elevar un santuario en honor al Arcángel San Miguel, después de que éste hasta en tres ocasiones, se le presentara en sueños para ordenarle levantar un templo en su honor (según la leyenda el Arcángel al ver que el obispo no lo tenía muy claro, le hizo una pequeña señal en medio de la frente para que espabilara con la solicitud).
Otra leyenda nos indica, que el Obispo fue testigo de las luchas que hubo en el monte entre el Diablo y sus huestes, con el Arcángel y sus ayudantes, una lucha feroz y sin cuartel, de la que salió vencedor San Miguel, y es por ello que en agradecimiento se decidió la construcción de la Abadía. En el año 966, y por solicitud del duque de Normandía se instaló en la isla una comunidad benedictina, construyéndose antes del año 1000 una iglesia prerománica. En el siglo XI, se construyó la abadía románica sobre un conjunto de criptas, y en el siglo XIII, en el siglo XIII, una donación del rey de Francia Felipe Augusto debida a la conquista de Normandía, permitió iniciar el conjunto gótico de la Abadia: dos edificios de tres pisos, dominados por el claustro y el refectorio.
En el siglo XIV, con la guerra de Cien Años se planteó la necesidad de proteger la abadía mediante un conjunto de construcciones militares que le permitió resistir a un sitio de 30 años. A partir de aquí el Monte Saint Michel comenzó a convertirse en un importante lugar de peregrinación, lo que llevó a que en la parte baja del monte se desarrollara un pueblo que vivía del comercio de velas (hoy en día las velas se han convertido en postales, tazas y demás artículos de recuerdos, restaurantes y hoteles que florecen por doquier y que desgraciadamente ponen un puntito mercantilista al Monte). Con el paso de los años, el monte Saint Michel se convirtió en un importante punto estratégico militar, cobrando especial importancia durante la guerra de los 100 años, y jamás fue tomado por las tropas inglesas pese a sus incesantes esfuerzos por conseguirlo, lo cual convertía al Monte Saint Michel en un símbolo de esperanza y fe para los franceses en esos años de continua guerra. Desde la Revolución francesa hasta 1874 el Monte San Michel se convirtió en prisión, por lo que se le llamó también como la pequeña Bastilla,y en 1979 el Mont Saint Michel fue incluido en la lista de Patrimonio Mundial por la Unesco.
En el siglo XV, el coro gótico flamígero reemplazó el coro románico de la iglesia abacial. La abadía benedictina experimentó modificaciones continuas a lo largo del tiempo hasta el siglo XVIII, lo que le permitió materializar a la perfección los estilos carolingio, románico, gótico flamígero y clásico. En los subterráneos de la abadía se han encontrado restos megalíticos de los celtas. Entre los siglos XVII y XVIII, grupos esotéricos dedicados a la alquimia y a los avances científicos se reunían en este lugar. Y desde el siglo XIX, los escritores y pintores románticos llegaron a la montaña por su encanto único y pintorescas cualidades, como por ejemplo el escritor Guy de Maupassant.
Por fin hasta el siglo XVIII, siguió la edificación de las viviendas abaciales que componen la fachada sur de la abadía. Transformada en cárcel desde la Revolución hasta el Segundo Imperio, la abadía fue traspasada en 1874 hasta la actualidad a los servicios de los Monumentos Históricos y está abierta al público a lo largo del año.
Por fin hasta el siglo XVIII, siguió la edificación de las viviendas abaciales que componen la fachada sur de la abadía. Transformada en cárcel desde la Revolución hasta el Segundo Imperio, la abadía fue traspasada en 1874 hasta la actualidad a los servicios de los Monumentos Históricos y está abierta al público a lo largo del año.
Entraremos por la puerta Baltove, construida por Gabriel du Puy en 1590, y seguiremos por la única calle: el patio de l’Avancée. A mano izquierda, encontramos el Cuerpo de Guardia de los Burgueses (principios del siglo XVI) y que en la actualidad es la Oficina de Turismo.
A mano derecha, veréis dos cañones, se las conoce como “Michelettes” las bombardas inglesas recuperadas en 1434. La Puerta del Baluarte Bulevar (finales del siglo XV).
A mano derecha, veréis dos cañones, se las conoce como “Michelettes” las bombardas inglesas recuperadas en 1434. La Puerta del Baluarte Bulevar (finales del siglo XV).
La iglesia abacial, situada en la cima, reposa sobre criptas que crean una plataforma capaz de soportar el peso de una iglesia de 80 metros de largo.
La Regla de San Benito: Promulgada por Benito de Nursia en el siglo VI para su monasterio del Montecassino (Italia), esta regla prescribe la oración y el trabajo (ora et labora); entre otros fue observada por los monjes benedictinos. Las salas fueron dispuestas en torno a estas dos actividades respetando el principio de la clausura, es decir el espacio reservado a los monjes. De este modo, fieles a este principio, las salas destinadas a recibir a los laicos se instalaron en la planta baja y primer piso de la Maravilla. Así pues, dos grandes imperativos prevalecieron durante la construcción de la Abadía del Mont-Saint-Michel: las exigencias de la vida monástica y las dificultades topográficas. El refectorio (donde los monjes tomaban sus comidas), un dormitorio, una sala de trabajo , un paseo (para desconectar un poco, solían hacerlo por el claustro) y la capellanía (donde recibían a los pobres y les ofrecían una comida ligera como limosna).
En 1594 , un rayo cayó en la torre de la abadía. La flecha quedó completamente destruida y parte de la estructura de la iglesia fue reducida a cenizas. El Abad se niega a realizar las reparaciones, el hombre era testarudo, pues se reconstruyó 15 años después, no había suficiente dinero y la precariedad de la abadía era grande, la Revolución terminó con su ruina.
En 1790, los monjes fueron expulsados de la abadía y todos lo que había en ella es vendido, en 1792 con la Revolución Francesa, el Mont Saint-Michel se transforma en una prisión. En la que quedarán encerrados unos trescientos sacerdotes dentro de los muros de la abadía. Todas las habitaciones de la abadía se transforman en talleres. Los presos percibirán hasta siete céntimos para trabajar en los talleres. La administración penitenciaria abandona por completo el mantenimiento de los edificios y , en 1817, el antiguo hotel , construido durante el reinado de Roberto de Thorigny , se derrumba.
La abadía, que amenaza ruina por todos los lados, se clasifica en el registro de monumentos históricos en 1874. La visita de la Abadía cuesta 9 euros, pero vale mucho la pena, sobre todo si coges la audio guia (que va a parte del precio de la entrada) pero es la única manera de conocerla bien mientras paseas, sí puedes ir con un libro, o una app, pero tal vez no sea lo mismo. Preparáos para subir y bajar escaleras, mirar por todos los rincones y descubrir una maravilla. Para entrar se atraviesa la Sala de los Guardias, que era la entrada fortificada de la Abadía, se sube por el Grand Degré hasta la terraza de Saut-Gaultier, caminaremos entre la iglesia a la derecha, y los edificios abaciales, a la izquierda, y que están unidos por pasajes suspendidos. En estos edificios señoriales vivían los abades.
Después de las últimas escaleras de subida, llegamos a la gran terraza, formada por el gran atrio primitivo de la iglesia abacial y por los tres primeros tramos de la nave destruidos en el siglo XVIII tras un incendio. Es por ello que hay un escalón en esta plaza, y debajo de este dos tumbas de dos abades, así como la piedras del suelo están todas con números grabados (el porqué aún no lo sé).
Desde esta terraza se tiene una vista general de la bahía, podemos ver desde el peñasco de Cancale, al oeste (Bretaña) hasta los acantilados normandos al este. A lo ancho se pueden distinguir las islas de Chausey de donde procede el granito con el que se construyó la Abadía. Desde la terraza también tenemos una magnífica vista de la aguja neo gótica erigida en 1897 y rematada por una estatua de cobre dorado de San Miguel (para la última restauración y repintado de la estatua, se uso un helicóptero para su colocación en la punta). En la cima del peñasco decidieron construir la iglesia abacial, justo a 80 m sobre el nivel del mar, y sobre una plataforma de 80 m de largo. El coro, en su origen era románico, pero se derrumbó en 1421, y fue reconstruido tras la guerra de los Cien Años en estilo gótico flamígero. La visita continúa por el claustro, pero para llegar a él deberemos atravesar la tienda de recuerdos, pero es un peaje que no importa pagar cuando ves el impresionante claustro. Uno de los más bonitos y sencillos que he visto, esta galería permitía circular entre los diferentes edificios, era un lugar donde los monjes oraban y meditaban mientras daban paseos por él. Este claustro está situado en la cima de un edificio al que se le conoce como la Maravilla, construido a principios del siglo XIII. A través del claustro llegamos al refectorio, a la cocina, a la iglesia, al dormitorio, al archivo de cartas y a más escaleras (esta vez de bajada).
En el refectorio los monjes tomaban su comida en silencio, mientras que uno de ellos hacia una lectura. El suelo de losetas es muy bonito, y está bien conservado. Por una escalera accederemos a la sala de los huéspedes, justo debajo del refectorio, aquí es donde recibían a los reyes y a nobles. La siguiente sala es la cripta de los gruesos pilares, que sostiene el coro gótico de la iglesia abacial.
Seguimos bajando otro piso para llegar a la cripta de San Martín, elevada tras el año mil para servir como cimiento al brazo sur del crucero de la iglesia abacial. Desde aquí llegamos a lo que había sido el antiguo osario de los monjes, ahora lo que se ve es una gran rueda que se instaló allá por el 1820 para subir los alimentos de los presos cuando se convirtió en prisión, para moverla se metían dentro unos cuantos presos y se ponían a andar por ella como si fueran hamsters. Seguimos bajando escaleras para llegar a la capilla de San Esteban, situada entre la enfermería (que se derrumbó a principios del siglo XIX) y el osario, era la capilla de los muertos. Ahora debemos coger un tramo largo de escaleras que nos llevaran al paseo cubierto, una larga sala de doble nave cuya bóveda estaba montada sobre arcos de cruceros, esta innovación anunciaba el nacimiento del arte gótico a principios del siglo XII. Entramos en la Sala de los Caballeros, construida para sustentar el claustro, era la sala de trabajo y estudio de los monjes. La última sala a visitar es la capellanía, que está bajo la Sala de los Huéspedes, aquí era donde acogían a los pobres y a los peregrinos.
la marea podía llegar a cubrir la carretera y pasar de los 13 metros, dejando aislado al monte y a sus habitantes. Si vais de visita es importante saber el horario de las mareas.
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