Hoy voy a comentar una de las ciudades que he visitado en varías ocasiones, y que cada vez me sorprende porque descubro nuevos lugares. Primero nos pondremos en unos breves antecedentes históricos para poder comprender muchas cosas que sucedieron. Nuestra historia o viaje empieza en la ciudad de Carcassonne, con sus 2.000 años de historia, es uno de los conjuntos de fortificaciones medievales más completo que existen. Erguida sobre una colina, y gracias a la posición que ocupa, atrajo a todas las razas de conquistadores y cada una de ellas dejaron su huella.
Los Belgas o Volcos (como se les conocía en la época) y que ocupaban la orilla derecha del Rin decidieron pasear un poco y llegaron a la tierra donde vivían los Ligures, la zona que se encuentra entre los Pirineos Orientales y el Ródano. Estos pueblos se establecieron en Toulouse y por el bajo Languedoc. Una de las tribus descubrió una colina interesante, un punto estratégico importante y decidieron quedarse construyendo una pequeña fortificación, a la que dieron el nombre de Carcaso. Hacia el año 800 a. C.,
la ciudad, situada en una colina, se convirtió en un importante centro
de intercambio comercial.
Años más tarde los romanos aparecen en escena y ocupan el lugar, construyen una fortaleza (oppidum) en el promontorio para dominar todo el valle y tener controlados los viejos caminos que iban desde el Atlántico hacia el Mediterráneo, y los que unían a la Península Ibérica con el resto de Europa, y que justamente por aquí se cruzaban. Carcassone empezó a ser estratégicamente importante a partir del momento en el que los romanos fortificaron la cima de la colina, alrededor del año 100 a. C. y la convirtieron en el centro administrativo de la colonia de Iulia Carcaso, denominada más adelante como Carcasum y Carcasso.
Durante los turbulentos años de finales del siglo IV aC y comienzos del
III, la ciudad se protegió con la construcción de un muro de unos 1200 m
de largo.
La fortificación constaba de dos líneas de murallas y un castillo,
a su vez rodeada de fortificaciones que se extienden una longitud total
de 3 km. La ruta, seguía en gran parte el trazado de la muralla romana, y que es
claramente visible en dos tercios de su longitud. Los romanos estaban tan tranquilos por la zona que no vieron venir a los visigodos, pues creían que estaban ocupados sometiendo a los Vándalos de la Península Ibérica. Pero dejaron el trabajo por concluir y decidieron cruzar los Pirineos y conocer nuevos pueblos, y mira tu por donde que siguiendo el camino se encontraron con Carcasona.
En el siglo V, los visigodos ocuparon la ciudad y construyeron más fortificaciones que aún se conservan. En 550 se estableció la diócesis de Carcasona y rechazaron con éxito los ataques de los francos.
Pasan los años y aparecen nuevos personajes en escena, los Árabes han cruzado los Pirineos y se han apoderado de Narbona (entre 719 y 721) cuatro años más tarde llegan a Carcasona, asedian la ciudad y la toman por asalto, pero mira tu por donde que solo la ocupan por un periodo breve 34 años. La verdad es que al estar poco tiempo no hay grandes indicios de que estuvieran en ella. Los musulmanes tomaron la ciudad en el año 725 pero el rey Pipino el Breve los expulsó en el 759, cediéndolo a Bellón, mítico primer conde de Carcasona y fundador de las ramas dinásticas de las casas condales de Barcelona y otras de Occitania y descendiente de la nobleza visigoda.
Aquí podemos incluir la leyenda de Doña Carcas, según la cual Carlomagno (hijo de Pipino el Breve) sitia la ciudad en su lucha contra los musulmanes, el rey sarraceno Balaak es hecho prisionero, y luego lo matan por no querer abrazar la fe cristiana. En eso que Doña Carcas, la esposa del finado levanta el ánimo de los sitiados y cuando el hambre la priva de casi todos sus soldados (el cerco duró casi 5 años) emplea una estratagema: decide rellenar los uniformes de los soldados muertos con paja y colocarlos en las torres de la ciudad, incluidas las ballestas, y dando vueltas a lo largo de las murallas no para de lanzar saetas a los enemigos. También se cuenta que, habiendo recogido los gorros de los muertos, se iba asomando por las murallas con un gorro rojo, luego se colocaba uno blanco, más allá con uno gris o azul, ese jugueteo con los gorros hizo creer al enemigo de que tenía soldados suficientes para seguir con la defensa de la ciudad.
Además por si eso no fuera suficiente, dio de comer al único cerdo que tenían, el último medio costal de trigo que les quedaba y lo arrojó desde lo alto de la muralla. Al despanzurrarse el cochino en el suelo, salió todo el trigo por lo que el ejército de Carlomagno creyó que estaban bien surtidos de víveres, pues eran capaces de dar de comer trigo a los cerdos.
A consecuencia de ello, Carlomagno decide levantar el sitio y marcharse, pero Doña Carcas, viendo desde lo alto de la muralla como las tropas se marchaban mandó tocar las trompetas para llamar a Carlomagno con objeto de entrevistarse con él. De manera que los soldados gritaron al Emperador: "Sire, Carcas te sonne" (Majestad, Carcas te llama) y de allí salió el nombre de la ciudad.
En la reunión la dama se somete a Carlomagno, y se hace cristiana, el emperador admirando su valor y su astucia quiso que siguiera siendo la dueña de la ciudad y le da por esposo a un gentil hombre de la famosa estirpe Trencavel, y que sería el fundador de la dinastía de los vizcondes de Carcasona.
En tiempos de Roger Trencavel, la vida de la ciudad era activa, los
artesanos se dedicaban a sus trabajos; algunos tejían la lana que las
mujeres hilaban en sus ruecas, los herreros herraban caballos, los
carpinteros y los maestros albañiles mejoraban las defensas de la
ciudad. La vida agrícola se realizaba a los pies de la fortaleza, el
trigo era lo que más se cultivaba. Dentro de la fortaleza se realizaban
justas, torneos, autos de fe...
Los siglos siguientes, los Trencavel se aliaron unas veces con los Condes de Barcelona, otras con los de Tolosa. Por ejemplo, a finales del siglo XII, el vizconde de Carcasona era feudatario del rey de Aragón, Alfonso II. Los Trencavel construyeron el castillo condal y la basílica de San Nazario.
Carcasona es famosa por su papel durante la cruzada contra los albigenses, cuando la ciudad era un feudo de los cátaros. En agosto de 1209, el ejército de los cruzados de Simón de Montfort forzó la rendición de la ciudad después de un sitio de quince días. Tomó como prisionero a Raimundo Roger Trencavel y se convirtió en el nuevo vizconde. Amplió las fortificaciones y Carcasona se convirtió en una ciudadela de la frontera entre Francia y la Corona de Aragón. En el año 1213, la batalla de Muret, ganada por Simón de Montfort contra el rey Pedro II de Aragón, marcó el preludio de la dominación de los reyes de Francia sobre Occitania.
En 1240, Ramón Trencavel II
hijo de Ramón Roger Trencavel intentó reconquistar sus antiguos
dominios, pero no lo consiguió siendo expulsado junto con los ciudadanos
que le apoyaron en la revuelta. La ciudad pasó a estar definitivamente
bajo el control del rey de Francia en 1247, cuando Ramón Trencavel II renunció formalmente a su título de vizconde entregando el sello familiar. Luis IX
perdonó entonces a las gentes que secundaron la revuelta y les permitió
volver a Carcasona con la condición que se quedasen en la orilla
occidental del río, fundándose la parte nueva de la ciudad al pie de la
colina, llamada la Ciudad Baja o Bastida de San Luis. Luis y su sucesor,
Felipe III, construyeron las fortificaciones exteriores. En esa época, la fortaleza se consideraba inexpugnable. Durante la Guerra de los cien años, Eduardo, el Príncipe Negro, no consiguió tomar la fortaleza alta en el año 1355 aunque sus tropas sí consiguieron tomar la ciudad baja, que saquearon.
En 1622, pocos días después de la visita de Luis XIII a la ciudad, se produjo un incendió que la destruyó en gran parte.
En 1659, por el Tratado de los Pirineos, la provincia fronteriza del Rosellón
pasó a manos de Francia y la importancia militar de Carcasona se
redujo. Las fortificaciones se abandonaron y la ciudad se convirtió en
un centro económico, concentrado básicamente en la industria textil.
Pero empecemos hablando de La Cité.
La mires por donde la mires, cuando te acercas, bien por la autopista,
bien desde la ciudad nueva o desde cualquier ángulo, sólo verla de lejos
ya impresiona, tanto que no puedes
resistir el impulso de acercarte más.Y hay que entrar para darse un garbeo por un espacio que fue palacio,
castillo y fortificación y también para aprender que uno está ante una de las primeras restauraciones con fines turísticos de la Historia. En el Siglo XIX, un visionario como Eugène Viollet-le-Duc
se interesó en saber cómo había sido la vieja ciudadela inexpugnable
que tantos siglos resistió y que solo el progreso la derribó. Y para
ello la reconstruyó basándose en planos y en documentos históricos. Un
ejercicio de puro romanticismo que hoy la ciudad le agradece. No veas
qué pintoresca la dejó.
Cuando llegas a las majestuosas puertas de entrada y sus espectaculares
“ramparts” (caminos entre murallas), entre los dos círculos de murallas
que la abrazan, ya queda claro que algo tan grande no es para estar
solo un rato, ten por seguro que te va a atrapar, vas a volver.
La ciudad medieval tiene 52 torres y 2 anillos de murallas que completan
3 kilómetros de defensas.
La Ciudadela: pequeña pero completa. Dentro hay
varios museos y puedes deambular por sus murallas y rampas. Está el
Museo de Historia, por ejemplo, y la hermosa y antigua Basílica de St.
Nazaire, con sus hermosos ventanales y tallas, por dentro y por fuera.
El edificio románico se terminó en la primera mitad del siglo XII,
pero sufrió modificaciones góticas en los siglos siguientes. Es así como
ahora tiene una estructura románica en su parte posterior, bella pero
severa y oscura, que contrasta con el gótico luminoso del ábside y
transepto. A esta calidad y belleza contribuyó en el siglo XIX la
renovación estructural de Viollet le Duc. Su afición por las gárgolas
también se ve aquí. Saint Nazaire perdió en 1801 su carácter de
catedral, en beneficio de la iglesia de Saint-Michel, en la ciudad baja.
Pero en el año 1898 el Papa León XIII le otorgó el título de basílica.
Parte
de su atractivo radica en unas gigantescas vidrieras policromadas que
bordean todo el ábside e iluminan el interior con multitud de colores. Su interior, bañado por la luz que entra a raudales por los hermosos
rosetones de la Virgen y de Cristo, delatan la altura de las naves, los
impresionantes vidrieras y la piedra sepulcral bajo la que reposan los
restos de Simon de Monfort.
Su visita es más que agradable ya que, además de los juegos de luces,
también se oyen cantos gregorianos y realmente encuentras una gran
sensación de calma que invita a pasar un buen rato dentro. La entrada es gratuita. Una vez dentro las sensaciones van creciendo, con sus
calles empinadas pero fáciles de recorrer, sus plazas, cada una con su
encanto particular y especial, sus terrazas, la basílica de
Saint-Nazaire, al más puro estilo gótico, construida entre el siglo XI y XIV y si vas un domingo podrás asistir a misa a las 11am. su Chateau Comtal (castillo
condal), los comercios y restaurantes, totalmente ambientados, las
galerías de arte, sus majestuosos hoteles de aire medieval,
disfrutar de su comida típica, como el “cassoulet”, regada con uno de
los excelentes vinos de la zona, o, simplemente, de una fresca cerveza
en una de las múltiples terrazas que encontrarás. Pasear mientras
paladeas alguno de los múltiples dulces que son tan tradicionales, o
sentir como un escalofrío recorre tu cuerpo mientras visitas el “Musée
de l’Inquisition”.
Les Lices Hautes: están a sur de la ciudad y se trata
del espacio que hay entre las dos líneas de murallas , en ese punto muy
ancho. Te sientes pequeño caminando por allí porque la vista de las
altas y numerosas torres es imponente. Parece que hasta el siglo XX la
zona estaba repleta de casas pero durante los trabajos de restauración
fueron derribadas. Este sitio se le escapa a la mayoría de los turistas
pero vale la pena conocerlo.
A las afueras de la ciudadela, entre la vieja “cité” amurallada y la
nueva urbe de Carcasona está el cauce del Aude, cruzado por un puente
medieval, de doce arcadas construido en el siglo XII y todavía en uso. Puente típicamente medieval del siglo XIV. Hasta el siglo XIX fue el
único acceso entre la Bastida St Louis y la Ciudad Medieval. Sus
importantes dimensiones son debidas a la variación del cauce del río. Exclusivamente peatonal, permite el acceso rápido al Casco Antiguo. Las vistas desde
la mitad son maravillosas.
Este puente era el punto donde, a veces, se
dirimían las disputas entre las dos urbes. El puente fue rehecho en el
siglo XVI y en el XIX, y mantiene un aire severo que armoniza con la
ciudadela fortificada. En
la entrada del puente, la capilla de Nuestra-Señora de la Salud es el
único vestigio del hospital más antiguo de la ciudad.
Aunque la cité es el verdadero plato fuerte de Carcassonne, el resto de la ciudad también tiene
cosas interesantes que ofrecer y hay que
obligarse a dejar de vez en cuando el interior de la zona amurallada y
adentrarse en la Bastida Sant-Louis, lo que sería la ciudad nueva fuera de las murallas.
La fundación de esta parte de la ciudad, data de 1247, fue edificada por orden de San Luís, según los planos de las bastidas de aquella época se levantó una ciudad de calles tiradas a cordel, es decir con ángulos rectos, con una iglesia al norte (la de San Vicente), una iglesia al sur (la de San Miguel) y un mercado en medio (la Plaza Carnot). En torno a una hermosa fuente de mármol consagrada a Neptuno, rey del mar.
La ciudad baja también ha sufrido lo suyo, en 1355, las huestes del Príncipe Negro, viniendo de Burdeos, se pararon en Carcasona para saquearla e incendiarla para después seguir su camino hacia Narbona. Durante la Revolución, se saquearon tiendas y se quemó el archivo del ayuntamiento. En ella no puedes perderte el Mercado Cubierto, el
Palacete de Rolland. Construido entre 1746 y 1761 por Jean-François Cavailhès, antiguo
comerciante de paño, fue también la propiedad de la familia Rolland
entre 1815 y 1924. Hoy es el ayuntamiento y el monumento más
representativo de la arquitectura del siglo XVIII, el Baluarte de Montmorency, la Puerta de
los Jacobinos, la Catedral de Saint-Michel o la Iglesia de
Saint-Vincent.
La Bastide Saint-Louis, corresponde al pequeño pueblecito que nació en el
año 1262 en el margen izquierda del río Aude y sería el casco antiguo de la ciudad, que también fue amurallada durante la edad
media. El Jardín André Chénier. Tiene una historia muy interesante, y tiene su origen en la construcción de
una plaza para conmemorar el regreso de Luis XVI tras la abdicación de
Napoleón, en el año 1814. Tras sucesivas modificaciones a lo largo del
tiempo, se ha convertido en un referente de la nueva ciudad. Pasear por la Place Carnot, la la plaza
del pueblo, situada justo en el medio de la Ciudad Baja. Está bordeada
de restaurantes y bares, y en verano hay mesas y sillas fuera. Es un
excelente sitio para sentarse a beber algo y disfrutar de la vista
pensando en la cantidad de siglos que han transcurrido por el lugar. Algunos célebres invitados tales como Balzac o Stendhal admiraron, a
la sombra de sus árboles, su mercado y su fuente de Neptuno en mármol,
esculpido por los italianos Barata, padre e hijos, en el siglo XVIII.
Desde
la Edad Media, esta plaza ha albergado el mercado principal de
Carcassonne; Mercado de las frutas y verduras todos los martes, jueves y
sábados por las mañanas.
La Puerta de entrada de los Jacobinos: es la única de las cuatro
puertas originales que fueron construidas en el siglo XIV como parte de
las fortificaciones de la Ciudad Baja. La puerta
fue reconstruida tal como es su estado actual sobre su emplazamiento
primitivo en 1779. Al lado derecho de la puerta se encuentra un resto de muralla, está al final
de la rue Courtejaire.
Otro punto interesante para visitar sería el Canal du Midi. Obra excepcional de Pierre-Paul Riquet realizada
en el siglo XVII y desviado por Carcasona en 1777-1798, está inscrito en
el patrimonio mundial de la UNESCO desde 1996. El actual puerto de
Carcassonne fue inaugurado el 31 de mayo de 1810.
Por último cabe reseñar las visitas que se pueden realizar por los
alrededores de Carcassonne, como “Los ocho circuitos de la margarita
cátara” que invitan a seguir itinerarios turísticos (de 50 a 200 km) con
Carcasona como punto de partida y retorno. Cada ruta está asociada a un
pétalo de la Margarita Cátara. Se puede obtener más información sobre
estas rutas en la asociación “Tourisme et Loisirs”. También se pueden realizar visitas guiadas en Bus, o el sendero “Pèiras e vinhas”, de piedras y viñas.
Atención a todos, si queréis vivir algo espectacular en la ciudad de Carcasona, el próximo 14 de julio es vuestra fecha, pues además de visitar la cité, podréis disfrutar del Festival Pirotécnico que se realiza cada año el día de la fiesta nacional. Otro espectáculo tal vez un poco turístico son las luchas de caballeros o torneos, que se realizan diariamente (menos lo sábados) hasta el 28 de agosto en las lizas, previo pago claro (consejo, si os juntáis 10 personas o más os saldrá más barato).
Un buen hotel para alojarse sería Hôtel de l'Octroi, cerca de la cité. O bien el Hôtel du Chateau, con un spa y un poco más caro.
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