Seguimos por el barrio de Montparnasse, esta vez empezaremos la visita en el Boulevard Raspail, en el nº 276, hay un edificio digno de ver, en estilo Art Nouveau de principios de siglo y en el que se puede ver la simbología de la pareja.
Hay unos relieves de Emile Derre, en los que se ve a una pareja joven abrazada en medio de ramas florecidas, una alegoría de cómo florece el amor; el siguiente corresponde a una pareja con un hijo, esta vez las ramas tienen frutos mostrándonos el fruto de ese amor, el hijo. Y por último una pareja mayor en la que se ve a uno abrazando al otro, como despidiéndose, nos indicaría el final de ese amor debido a la muerte de uno de ellos.
En la rue Campagne-Première, hay un edificio bautizado como "Atelier 17", compuesto por cuatro pisos de estudios con arcos y decoración en gres por donde pasaron Miró, Pere Calder, Kansdinsky y otros muchos. Su fundador fue Stanley William Hayter uno de los más importantes grabadores de la época. En el taller se realizaban ediciones impresas para recaudar fondos de apoyo al bando republicano durante la Guerra Civil Española, así como para financiar la causa comunista. En este proyecto colaboraron españoles como Picasso y Miró, y también Kandinsky por parte rusa.
Aquellos eran los días en que Montparnasse era una alocada y continua fiesta, hasta que llegó la ocupación alemana, que supuso un golpe fatal para el barrio. Los artistas, muchos de ellos judíos, fueron desapareciendo paulatinamente para refugiarse en lugares más tranquilos. Desde los primeros meses de la ocupación, el ejército alemán se abalanzó sobre el barrio sin muchos miramientos, invadiendo y requisando los grandes cafés para su uso personal durante cuatro largos años, hasta que el 19 de agosto de 1944, el segundo batallón al mando del general Leclerc, entró triunfal por la Avenida de Orléans y el Boulevard de Montparnasse.
Andando o bien en bus llegaremos a la Plaza Denfert Rocherau, en medio hay una estatua de un león con el lema "À la defense Nationale", es el Leon de Belfort y simboliza al coronel Denfert-Rochereau que defendió la ciudad de Belfort frente a los prusianos.
En frente del leon, a la izquierda de donde dirige su mirada, en una caseta de color verde botella está la entrada al "otro París", la ciudad subterránea, gris y oscura pero no por ello menos interesante. La reconoceréis porque casi siempre hay una larga cola de gente que espera para entrar a no ser de que esté cerrada (como es el caso de la foto).
Desde la época en que París se llamaba Lutecia, el yeso representa el estrato geológico más importante sobre el que se levanta la ciudad. Abundaban también la arcilla y la piedra calcárea. Por ese motivo los galoromanos que ya tenían ambiciones expansionistas, y comenzaron a ampliar la zona habitable, sobre todo entorno a la Cité y a lo largo de la orilla izquierda, excavando y arrancando del subsuelo los materiales de construcción que necesitaban. Esta práctica se prolongó a lo largo de los años, creando una auténtica maraña de laberintos subterráneos, de casi 300 kilómetros en tres niveles y a una profundidad de 16 a 22 metros, y que explica el por qué a casi todos los edificios de la ciudad les corresponde un vacío prácticamente igual bajo tierra.
Antiguamente era suficiente con excavar en los alrededores del edificio que se pretendía construir y cambiar el lugar en cuanto se agotaban los materiales. Este fue el método principal desde la Alta Edad Media hasta el siglo XVIII, cuando, a causa de numerosos accidentes debidos al hundimiento de pavimentos y aceras, se reguló la extracción de piedra y se obligó a los constructores a buscar los materiales fuera de la ciudad.
Los mapas dieciochescos testimonian la insostenible situación del subsuelo parisino, repletos del símbolo de una rueda, similar a la de un molino, y que indicaba los pozos de extracción. Hoy son una ayuda para los que buscan las posibles entradas. En los archivos oficiales consta que en 1678, Colbert, ministro de Luís XIV, dio a los miembros de la Academia de Arquitectura la orden de "visitar inmediatamente todas las antiguas iglesias, y los edificios de París y alrededores para examinar la calidad de la piedra con la que están construidos" con el fin de encontrar mejores materiales pra la construcción del Louvre, éstos serán extraidos de Saint-Claude y de Montparnasse. De este modo se descubre también que los cimientos de las iglesias más famosas, los muros de los palacios y las paredes más antiguas de Nôtre Dame, provienen de los barrios que hoy en día forman el centro de la capital.
Los monjes cartujos, que continuaron como topos alargando sus subterráneos y violando los decretos reales, fueron excavadores muy tenaces durante un periodo que duró 800 años. Los únicos vestigios de su existencia, ya que la propiedad fue arrasada durante la Revolución, se encuentran literalmente bajo tierra. Son muchas las historias y leyendas sobre las catacumbas: se habla de contrabando y de fugas épicas durante las insurrecciones, de hombres que murieron intentando dar una respuesta a sus enigmas, de refugios antiatómicos y de seis millones de muertos, sepultados a lo largo de los siglos. En este link podréis visitarlas virtualmente. Después de descender por una escalera de caracol unos 19 metros en la oscuridad y en silencio, tan sólo roto por el gorgoteo del agua, y atravesando un pasillo que parece que no va a acabar, el visitante se encuentra frente a una escultura que ya existía en esta parte de las minas, antes de que se convirtieran en un gran osario. Creada por un cantero de nombre Décure, y que había luchado en los ejércitos de Luis XV. Esculpió en las paredes de la cantera, la fortaleza del Puerto de Mahón, la capital de la isla de Menorca, y donde se cree que fue hecho prisionero por los ingleses, (hay que tener en cuenta que la isla de Menorca fue moneda de cambio en los diferentes tratados que se firmaron en las numerosas guerras que asolaron Europa, la isla pasaba de manos españolas, a francesas o inglesas según los intereses reales del momento).
El recorrido por las catacumbas autorizadas para visitar veremos los huesos y calaveras bien colocaditos, algunas esculturas en la pared, puedes recorrer una distancia de casi dos paradas de metro. Hay otras catacumbas por la ciudad pero mejor ni intentar visitarlas pues puedes acabar como muchos incautos, que se perdieron en ellas y murieron sin encontrarlos, así que tú decides...
Las catacumbas se visitaban sobre todo en el siglo XIX, estaba muy de moda por aquellas fechas. En la noche del 2 de abril de 1897, en la Cripta de la Pasión, 45 músicos dieron un concierto clandestino un poco especial, pues durante el mismo, ejecutaron la "Marcha fúnebre" de Chopin, la "Danza Macabra" de Saint Säens y la "Marcha fúnebre de la Sinfonía Heroica" de Beethoven. El xilofono reproducía el ruido de huesos, el que hizo el programa se lució al escoger las obras... para la época constituyó todo un escándalo.
La gente sólo viene por esta zona para ver las catacumbas, pero hay más cosas interesantes por ver, como por ejemplo los dos pabellones idénticos que hay al lado de la entrada. Estos dos edificios formaban parte del muro de los Fermiers Généraux (los recaudadores de impuestos). Y como todo tienen su historia, en 1782, los recaudadores de impuestos propusieron al rey Luís XVI la construcción de una nueva muralla que pusiera límites adecuados a la ciudad, con el fin de controlar el acceso a la ciudad. Pero el objetivo real era el cobro de aranceles a cualquier mercancía que entrara en la ciudad. La idea de llenar las arcas del estado, que estaban un poco menguadas fue aceptada con ganas, y entre 1784 y 1790 se delimitaron las nuevas murallas.
La singularidad de esta muralla es que contaba con numerosos edificios-puerta (barrières), diseñados la mayoría por Claude Nicolas Ledoux. Cuando recibió el encargo ya era un arquitecto de prestigio y planteó sus propuestas con arquitecturas grandilocuentes que exigieron importantes medios materiales y de dinero. El pueblo no entendió muy bien lo que estaban haciendo, pues como siempre es el pueblo el que rige de mayor cordura, veía una gran contradicción entre los esfuerzos recaudatorios a los que se veía sometido y el derroche que suponía la construcción de dicha muralla junto con sus edificios. El proyecto eran 55 barrières, de las cuales se llegaron a construir 47, pues en 1789, Ledoux fue cesado como director de los trabajos. Cesado el mismo año en que todo cambió, pues ya no se construyeron más, y las que habían sufrieron grandes desperfectos durante la Revolución Francesa. En la actualidad solo quedan cuatro barrières originales de Ledoux. Y de las cuatro, únicamente dos son las que muestran su esencia urbana la Barrière d'Enfer (la barrera del infierno, es la de la plaza Denfert-Rocherau) y la Barrière du Trône, ya que en las otras dos apenas queda ya el recuerdo de su antigua función. Son la Barrière de Chartres (a la entrada del Parc Monceau) y la Barrière de Saint Martin (en la Place Strasbourg). El muro tenía 3,40 metros de alto y toda construcción estaba prohibida a unos 90 metros del lado interno y externo. En la época se decía por la ciudad "el muro que enmura a Paris hace murmurar a París"
El recorrido por las catacumbas autorizadas para visitar veremos los huesos y calaveras bien colocaditos, algunas esculturas en la pared, puedes recorrer una distancia de casi dos paradas de metro. Hay otras catacumbas por la ciudad pero mejor ni intentar visitarlas pues puedes acabar como muchos incautos, que se perdieron en ellas y murieron sin encontrarlos, así que tú decides...
Las catacumbas se visitaban sobre todo en el siglo XIX, estaba muy de moda por aquellas fechas. En la noche del 2 de abril de 1897, en la Cripta de la Pasión, 45 músicos dieron un concierto clandestino un poco especial, pues durante el mismo, ejecutaron la "Marcha fúnebre" de Chopin, la "Danza Macabra" de Saint Säens y la "Marcha fúnebre de la Sinfonía Heroica" de Beethoven. El xilofono reproducía el ruido de huesos, el que hizo el programa se lució al escoger las obras... para la época constituyó todo un escándalo.
La gente sólo viene por esta zona para ver las catacumbas, pero hay más cosas interesantes por ver, como por ejemplo los dos pabellones idénticos que hay al lado de la entrada. Estos dos edificios formaban parte del muro de los Fermiers Généraux (los recaudadores de impuestos). Y como todo tienen su historia, en 1782, los recaudadores de impuestos propusieron al rey Luís XVI la construcción de una nueva muralla que pusiera límites adecuados a la ciudad, con el fin de controlar el acceso a la ciudad. Pero el objetivo real era el cobro de aranceles a cualquier mercancía que entrara en la ciudad. La idea de llenar las arcas del estado, que estaban un poco menguadas fue aceptada con ganas, y entre 1784 y 1790 se delimitaron las nuevas murallas.
La singularidad de esta muralla es que contaba con numerosos edificios-puerta (barrières), diseñados la mayoría por Claude Nicolas Ledoux. Cuando recibió el encargo ya era un arquitecto de prestigio y planteó sus propuestas con arquitecturas grandilocuentes que exigieron importantes medios materiales y de dinero. El pueblo no entendió muy bien lo que estaban haciendo, pues como siempre es el pueblo el que rige de mayor cordura, veía una gran contradicción entre los esfuerzos recaudatorios a los que se veía sometido y el derroche que suponía la construcción de dicha muralla junto con sus edificios. El proyecto eran 55 barrières, de las cuales se llegaron a construir 47, pues en 1789, Ledoux fue cesado como director de los trabajos. Cesado el mismo año en que todo cambió, pues ya no se construyeron más, y las que habían sufrieron grandes desperfectos durante la Revolución Francesa. En la actualidad solo quedan cuatro barrières originales de Ledoux. Y de las cuatro, únicamente dos son las que muestran su esencia urbana la Barrière d'Enfer (la barrera del infierno, es la de la plaza Denfert-Rocherau) y la Barrière du Trône, ya que en las otras dos apenas queda ya el recuerdo de su antigua función. Son la Barrière de Chartres (a la entrada del Parc Monceau) y la Barrière de Saint Martin (en la Place Strasbourg). El muro tenía 3,40 metros de alto y toda construcción estaba prohibida a unos 90 metros del lado interno y externo. En la época se decía por la ciudad "el muro que enmura a Paris hace murmurar a París"
Si llegáis a la plaza a través de la estación del RER, debéis saber que esta estación es una de las más antiguas de la ciudad.
Como anécdota os contaré que durante la ocupación alemana, a 26 metros bajo las calles de París, cerca de los esqueletos y cráneos de más de cuarenta generaciones de franceses, estaba la fortaleza secreta de la resistencia francesa, existían un total de 500 km de laberintos formados por las canteras, catacumbas, alcantarillas y el metro. Desde aquí, la resistencia, alojada en el subsuelo, dirigía la revuelta contra los nazis, por todas partes surgieron barricadas, todo lo que podía ser arrancado y transportado servía para construirlas. La más impresionante fue la que un grupo de estudiantes de la Escuela de Arquitectura hizo en la esquina de los bulevares de St. Germain y de St. Michel, en el corazón del Barrio Latino. Los estudiantes pusieron en práctica todo lo que habían aprendido, la barricada tenía un grosor de 2 metros, y estaba construida toda ella con adoquines (en este barrio siempre han sido muy útiles los adoquines, sino que se lo pregunten a los estudiantes del Mayo del '68) y cerraba un importante paso de la ciudad, pronto sería conocida como "el callejón de la muerte".
Para recordar la gran labor de la resistencia, a su líder, el coronel Henri Rol Tanguy le dedicaron toda una avenida en el 60 aniversario de la liberación de París. Si queréis saber más sobre la liberación de París en este link.
Para acabar la visita de hoy estaría bien coger cualquier autobús que nos llevase por el larguísimo Boulevard Raspail, y bajarnos casi al final, cuando coincide con la Rue de Sèvres. En el número 45 del bulevar nos encontraremos con el Hôtel Lutetia, cuya fachada en estilo art deco da paso a un hotel de 4 estrellas, donde pasó su noche de bodas Charles DeGaulle. Cuando en 1940 los alemanes requisaron el establecimiento, en concreto fue la temible Gestapo, su dueño tapió la bodega y pese al duro interrogatorio que sufrieron los empleados, ninguno confesó saber donde se escondía la mejor colección de vinos de la ciudad. En esa época los alemanes eran muy duchos en intentar acaparar los mejores caldos tanto de la ciudad como de la zona vinícola de Burdeos, con sus numerosos chateaux. Hace un tiempo leí un libro "In vino veritas, en el vino está la verdad", que intentaba descubrir que había pasado con las botellas requisadas.
Con la liberación de París, el Lutetia sirvió para alojar a los deportados que regresaban de los campos de concentración, y algunos prisioneros de guerra, llegaban en camiones, debían someterse a un examen médico y recibían unos 2,000 francos, se les daba alojamiento y comida. En principio tenían derecho a una estancia de 48 horas, pero a menudo se quedaban más tiempo.
La construcción de este gran hotel comenzó en 1907 y duró tres años, y fue orquestada por Louis Hippolyte Boileau y Henri Tauzin. La creación de la fachada fue obra de Léon Binet y Paul Belmondo (si, si el padre de Jean Paul Belmondo, el actor). Esta fachada está decorada con guirnaldas y racimos de uvas, en recuerdo de la época en que que en esta orilla izquierda del río estaba llena de viñedos.
El lugar está cargado de historia, desde el mismo momento en que a la señora Marguerite Boucicaut la esposa del dueño de los almacenes Bon Marché el primer gran almacén de París. No os penséis que era una gran dama de la nobleza, nada más lejos, era una campesina de padre desconocido que nació en la aldea de Verjux, a penas sabía leer o escribir cuando a los 12 años llegó a París, Trabajó en una lechería, donde conoció a su futuro marido, Aristide Bocicaut, con el que convivió antes de casarse (ya apuntaba maneras en ser vanguardista la señora!).La buena mujer decidió que era necesario un lugar donde alojar a las personas que se desplazaban a la ciudad para comprar en su establecimiento, que menos que ofrecerles un magnífico lugar como el Lutetia. Y no creáis que lo hacía por dinero, pues gracias al Bon Marche eran inmensamente ricos para la época, sino que además eran generosos y buenos jefes, hasta el punto de tratar a sus empleados como hijos, pues el único que tuvieron murió. Cuando Marguerite enviudó, se puso al frente del negocio, era 1877 y hay que tener en cuenta que en esa época no había muchas mujeres independientes y al cargo de un gran negocio. Para solucionar posibles problemas de liquidez, y hacer que sus empleados se implicaran más en el negocio tres años más tarde creó la Societé du Bon Marché para asociar a sus empleados a la empresa. Cada empleado puede asociarse por un pequeño capital a un interés del 6%; sus empleados son los primeros en tener un día de descanso, de recibir comisiones por ventas, vacaciones pagadas, participar en las ganancias...
En 1886 inaugura un fondo de pensiones para sus empleados. Un año más tarde muere en Cannes, y al no tener descendientes directos decide hacer herederos a sus empleados, unos 16 millones de francos. Así mismo cedió parte de su herencia a obras filantrópicas como al Hospital Pasteur, al mismísimo Pasteur que un día se presentó ante ella y le comentó que tenía intención de crear un instituto para la investigación, ella le preguntó ¿Usted es el de la rabia? si señora, contestó él. De repente ella le extiende un cheque, lo dobla y se lo entrega. Pasteur le agradece el gesto, ni se ha fijado en la cantidad que le ha dado, no le importa considera que cualquier cantidad es buena, cuando ve el montante empieza a llorar... le ha donado 250,000 francos de la época. Pero no es el único que recibirá ayuda, numerosas parroquias, hospitales, entidades sociales todos reciben una parte de su dinero. Tal fue su bondad que durante su funeral tuvo casi tantos asistentes como Víctor Hugo, todo París estaba a sus pies. Si queréis conocer a esta gran dama, en la Plaza que hay frente a los almacenes Bon Marché hay una estatua con la pareja.
Con la liberación de París, el Lutetia sirvió para alojar a los deportados que regresaban de los campos de concentración, y algunos prisioneros de guerra, llegaban en camiones, debían someterse a un examen médico y recibían unos 2,000 francos, se les daba alojamiento y comida. En principio tenían derecho a una estancia de 48 horas, pero a menudo se quedaban más tiempo.
La construcción de este gran hotel comenzó en 1907 y duró tres años, y fue orquestada por Louis Hippolyte Boileau y Henri Tauzin. La creación de la fachada fue obra de Léon Binet y Paul Belmondo (si, si el padre de Jean Paul Belmondo, el actor). Esta fachada está decorada con guirnaldas y racimos de uvas, en recuerdo de la época en que que en esta orilla izquierda del río estaba llena de viñedos.
Su arquitectura se ganó el apodo de "el famoso transatlántico parisino" por la grandiosidad del mismo, famoso por su encanto y refinamiento de su decoración: imaginad lámparas de araña de cristal Lalique, balcones en hierro forjado, techos adornados de color dorados, vidrieras en oro y gris a lo largo de las escaleras, muebles de los años 30...
Imaginadlo pues, porque al igual que el Hotel Crillon del que ya hablamos en un anterior post, sus nuevos propietarios un grupo israelí, decidió hacer una subasta con todo el mobiliario y objetos decorativos. Actualmente y a partir de este 2014 el hotel está en plena transformación, quieren darle un aire nuevo, y también en sólo tres años, como cuando lo construyeron.El lugar está cargado de historia, desde el mismo momento en que a la señora Marguerite Boucicaut la esposa del dueño de los almacenes Bon Marché el primer gran almacén de París. No os penséis que era una gran dama de la nobleza, nada más lejos, era una campesina de padre desconocido que nació en la aldea de Verjux, a penas sabía leer o escribir cuando a los 12 años llegó a París, Trabajó en una lechería, donde conoció a su futuro marido, Aristide Bocicaut, con el que convivió antes de casarse (ya apuntaba maneras en ser vanguardista la señora!).La buena mujer decidió que era necesario un lugar donde alojar a las personas que se desplazaban a la ciudad para comprar en su establecimiento, que menos que ofrecerles un magnífico lugar como el Lutetia. Y no creáis que lo hacía por dinero, pues gracias al Bon Marche eran inmensamente ricos para la época, sino que además eran generosos y buenos jefes, hasta el punto de tratar a sus empleados como hijos, pues el único que tuvieron murió. Cuando Marguerite enviudó, se puso al frente del negocio, era 1877 y hay que tener en cuenta que en esa época no había muchas mujeres independientes y al cargo de un gran negocio. Para solucionar posibles problemas de liquidez, y hacer que sus empleados se implicaran más en el negocio tres años más tarde creó la Societé du Bon Marché para asociar a sus empleados a la empresa. Cada empleado puede asociarse por un pequeño capital a un interés del 6%; sus empleados son los primeros en tener un día de descanso, de recibir comisiones por ventas, vacaciones pagadas, participar en las ganancias...
© Le Bon Marché al. parte. Maison A. Boucicaut |
No hay comentarios:
Publicar un comentario