La decisión de la creación de una aduana en la ciudad fue tomada por el mismo Carlos III, sabiendo el perjuicio que sufría la ciudad, y particularmente el comercio por no haber una aduana capaz donde pudieran estar con seguridad los géneros y frutos que llegaban a ella... así que, a expensas del real erario se decidió construir la Casa de la Aduana, para la custodia, seguridad y despacho de los géneros en el lugar que ocupaban las caballerizas de la reina en la calle Alcalá. La verdad es que ya había un viejo inmueble que ejercía como aduana, se había construido en 1645 en la Plazuela de la Leña, pero se había quedado pequeña ante las crecientes necesidades de la ciudad, no había suficiente espacio para almacenar el aceite, el vino, el cacao, la sal, el chocolate, el tabaco, el plomo...
Era necesario un edifico nuevo en el que centralizar la política de las recaudaciones del Estado, que ya no estaba en manos de particulares. Así es como el nuevo edificio de la Aduana dejó de ser un simple almacén, para convertirse en una verdadera agencia tributaria. Las aduanas exigían el pago de lo que se conocía como Rentas Generales, que fundamentalmente eran los derechos por la entrada y salida de mercancías del territorio español; los géneros extranjeros que llegaban a Madrid debían satisfacer además otros impuestos. Durante el reinado de Carlos III, se adoptaron decisiones de enorme transcendencia, como unificar los distintos aranceles de importación en uno sólo, que se aplicaría en todas las aduanas, y la liberalización del comercio entre España y las Indias. Con esta medida se construyeron nuevas aduanas tanto en Madrid como en todos los puertos más importantes del Estado.
La zona elegida para el edificio, se encuentra fuera del centro (en su época, claro), la calle de Alcalá, junto a la Puerta del Sol, es aún una zona vacía, y la decisión de instalar allí la nueva aduana, refleja claramente los propósitos urbanísticos de Carlos III. El "Rey Alcalde" quería extender el centro de la ciudad y de crear hitos arquitectónicos alrededor de los cuales se generarían nuevas tramas urbanas. Para poder llevar a cabo la construcción se compraron las casas contiguas a las caballerizas de la reina, en concreto los números 6,7, y 9, y las edificaciones traseras que llegaban hasta la calle Angosta de San Bernardo (actualmente calle de la Aduana) para así alcanzar los más de 80.000 pies que necesitaban para el proyecto. El encargado de las obras fue Sabatini, que realizó los planos y el pliego de condiciones para que llevaran a cabo la obra, el que se llevó la licitación fue el maestro Pedro Lázaro.
Y como siempre que hay obras también empezaron un gran número de pequeños problemas, los vecinos se quejaban por las molestias que les causaban las obras, parece ser que los continuos enfrentamientos entre los obreros y los vecinos entorpecían el desarrollo de las obras, hasta el punto de que el maestro Lázaro solicitó la presencia de dos soldados para hacerse respetar. Los que estaban más cerca de las obras, al ver la profundidad que iban alcanzando los cimientos, huyeron despavoridos, y no les faltaba razón pues surgieron bastantes dificultades. Al ser el desnivel del solar tan pronunciado, el sótano quedó situado por debajo de las cañerías de agua produciéndose grandes humedades. La solución de Sabatini fue construir un segundo sótano de 11 de pies de altura para asegurarse de que el primero estaba seco.
En los pliegos de las obras se establecía con detalle de donde debían proceder los materiales, los ladrillos finos de la Rivera o de la marca de Madrid, el hierro de Vizcaya, la madera de Cádiz, la piedra de la sierra de Guadarrama... Las piezas de mármol necesarias para las esculturas que adornarían la fachada llegaron de unas canteras próximas a Badajoz, eran un total de seis grandes piezas que pesaban 1.129 arrobas y que tardarían unos 26 días en ir y volver a Badajoz siendo transportadas por grandes carros, y cada carro era arrastrado por diez bueyes. A un año de acabar las obras se hacía acopio de la madera para los tejados, puertas y ventanas. Se acristalaba el palacio con los vidrios procedentes de La Granja, se empedraban los patios y se acababan de colocar las rejas, como decoración se construyó el reloj que presidiría la fachada, cuya esfera era de mármol de Badajoz y para la numeración romana del mismo se utilizaron cuatro arrobas de plomo. Al final, el 4 de diciembre de 1769, el constructor le hizo la entrega simbólica de la llave de la puerta de la calle Angosta al rey.
Dejando a parte su función como ministerio de hacienda, a este edificio le debemos reconocer otros usos que se le dieron, sobre todo durante la Guerra Civil Española, en el se han desarrollado acontecimientos importantísimos de nuestra historia.
Prisioneros italianos (1937) tras la batalla de Guadalajara |
Como los subterráneos del edificio constituyen un asombroso laberinto, se acondicionaron lo suficiente como para convertirlos en búnkers para los altos mandos, como el General Miaja, el Jefe de la Junta, o para Indalecio Prieto, el Ministro de Defensa. Como curiosidad deciros que había una puerta en los sótanos que conducía directamente a los andenes del Metro, y que en la actualidad está tapiada.
Mientras, en el primer piso estaban instaladas las oficinas del gobierno militar de Madrid, la Auditoría de Guerra y los servicios especiales (éstos, a manos de un grupo de anarquistas que se habían apoderado de la oficina cuando fue abandonada)
Hay mucho documento gráfico de todo lo sucedido en esos sótanos, incluso fotografías de Manuel Azaña, el Presidente de la República, en cuyo honor se celebró un banquete en el que aparece junto a Negrín, Siral y Prieto. En otro momento de la guerra estos sótanos servirán como prisión para los soldados italianos que han caído prisioneros, a los que se les hace fotos para mostrar a los corresponsales de prensa extranjera que hay potencias extranjeras que colaboran con el bando nacional. El 5 de marzo de 1919, en los sótanos se reunió y formalizó la llamada Junta Casado, un golpe de Estado contra el Gobierno de Negrín para negociar con Franco una paz honorable.
Si queréis conocer y saber más detalles sobre la ocupación del edificio, os recomiendo leer La forja de un rebelde, de Arturo Barea, o bien ver la serie que hizo TVE.
En el número 12 de la misma calle se encuentra la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El edificio fue obra de José Benito Churriguera, construido como palacio para la familia Goyeneche en 1775 por Diego de Villanueva. Su pinacoteca es valiosísima, en la que destacan obras de los siglos XVI y XVII de la escuela española: Velázquez, Murillo, Goya, Zurbarán, Sorolla... Está considerada como la segunda pinacoteca después del Museo del Prado, tiene secciones de pintura, arquitectura, escultura, artes de la imagen y música. En sus colecciones también encontramos a los maestros italianos y franceses, además de la Cartografía Nacional de los siglos XVIII al XX con planchas de Goya. En este enlace podéis hacer una visita virtual.
Al otro lado de la calle Alcalá, se encuentra la calle del Marqués de Cubas, anteriormente llamada calle del Turco, lugar del asesinato del General Prim.
El 27 de diciembre de 1870, a las seis de la tarde, después de acabada la sesión del día y mientras arreciaba una copiosa nevada sobre la ciudad, don Juan Prim y Prats salió del Congreso. La sesión había sido dura y al día siguiente convenía partir para Cartagena para recibir con honores al que sería el nuevo rey de España, el Duque de Aosta, que reinaría con el nombre de Amadeo de Saboya.
El general abandonó el Congreso por la calle de Floridablanca mientras el frío y la oscuridad le acompañaban. Sus ayudantes le tenían el coche preparado, pero él se entretuvo bastante rato hablando con Sagasta y otros diputados a los que intentaba que fueran con él a Cartagena, a recibir al nuevo rey.
Por fin el vehículo salió al trote entrando en la calle del Turco con escasos faroles y un enlosado muy resbaladizo, casi al final, cerca de la calle Alcalá, el coche se detuvo, otro carruaje obstruía el paso. Varías figuras se arremolinaron entorno al coche, de pronto se oyó un primer disparo, luego una descarga. Cuando el coche llegó al Ministerio de la Guerra, don Juan Prim gravemente herido subió por su propio pie la amplia escalinata hacia sus habitaciones. Murió tres días después del atentado, a pesar de todos los esfuerzos por salvarle la vida. Una buena película que nos explica lo sucedido es Prim, el asesinato de la calle del Turco.
Cerca de donde ocurrieron estos hechos, en la misma Carrera de San Jerónimo, se encuentra el restaurante "Lhardy". Fundado en 1839 por un suizo, Lhardy, que dio nombre al establecimiento. Primero fue una pastelería y poco después pasaría a ser restaurante. El nuevo establecimiento tuvo, desde el primer día, un gran éxito. Rápidamente se pone de moda, y asisten a él políticos, aristócratas, escritores... ese auge no cesará a lo largo del siglo XIX y se mantendrá durante el XX. Madrid va cambiando, desaparecen los cafés clásicos que pasarán al recuerdo, pero el Lhardy mantendrá bien alto su nombre y solera.
Cuando Emilio Lhardy llega a la ciudad, cuenta con algo más de 30 años. Nació en Chaux-des-Fonds a principios del siglo XIX. Aprende las artes y las habilidades reposteras en la ciudad de Besançon, para después trasladarse a París donde aprenderá los secretos de la cocina francesa. La idea de establecerse en Madrid le nace de los usos y costumbres de los españoles gracias a Próspero Merimée, buen amigo de los Condes de Montijo y acude frecuentemente a Madrid.
El primer local, la pasetelería, triunfa gracias a sus dulces y golosinas, que encantan a los madrileños, se popularizan los "petit-choux", los "millefeuilles", y unos bollos nuevos en la ciudad los "brioches", los "croissants", los "plum-cakes" y los "vol-au-vent" triunfan y se ponen de moda...
El éxito es redondo y creciente, la pastelería se amplia y se convierte en restaurante. A la larga todo el edificio será adquirido por el suizo, en la planta del subsuelo colocará la gran cocina, en la planta que da a la calle el despacho para el público, y en el principal los comedores, en el último piso tendrá un número reducido de habitaciones en las que llegado el caso, algún amigo de la casa podrá alojarse.
De entre los ilustres visitantes que disfrutaron del Lhardy se encuentra la Reina Isabel II, más conocida por el pueblo como la "reina castiza", y a su hijo Alfonso XII que solía visitarlo de incógnito. Otros asiduos eran Espartero, O'Donnell, el malogrado Prim, Serrano, Bravo Murillo, Antonio Cánovas, Zorrilla, Campoamor, José Mª Pemán, Jacinto Benavente, el torero Manolete...y muchos otros no tan conocidos.
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